miércoles, 19 de octubre de 2011

"ASÍ ME PIERDO EN LAS CIUDADES" EN GALICIA EN EL MUNDO

El semanario de información general y especial para los españoles en el exterior (edición Europa y América) GALICIA EN EL MUNDO ha publicado en la semana del 10 al 16 de octubre del presente año 2011 la noticia de la presentación en La Coruña de mi libro "Así me pierdo en las ciudades". La inserto bajo estas líneas.



viernes, 7 de octubre de 2011

lunes, 3 de octubre de 2011

PRESENTACIÓN DE "ASÍ ME PIERDO EN LAS CIUDADES" EN LA LIBRERÍA ARENAS DE LA CORUÑA

Recién llegado de La Coruña, donde como sabéis presentamos el libro de relatos el pasado viernes 30 de septiembre en la Librería Arenas, coloco a continuación algunas noticias y fotos relativas al acto, así como el texto de mi presentación, ya que hubo algunas personas que me lo pidieron y no recuerdo el nombre de todas.


Belén do Campo asiste na Coruña á presentación do libro Así me pierdo en las ciudades, de Ramón Jiménez


A Coruña, 30 de setembro de 2011.- A delegada territorial da Xunta na provincia, Belén Do Campo, participou esta tarde no acto de presentación do libro de relatos Así me pierdo en las ciudades, do autor Ramón Jiménez Pérez. O acto tivo lugar na librería Arenas da Coruña.
Aparte da delegada, o escritor estivo acompañado polo catedrático de Literatura Comparada da Universidade da Coruña, Jose María Paz Gago, o arquitecto, Arturo Franco Taboada, e o editor e escritor, Basilio Rodríguez Cañada, que repasaron a súa traxectoria e comentaron a nova obra.
 





Queridas amigas, queridos amigos: Sobrecogido a la par que etéreo ante las palabras que acaban de pronunciarse, como hecho de aire al albur del viento en esta ciudad del viento, con gusto me subiría ahora mismo a una escoba y desaparecería tímidamente, es decir me perdería volátil más allá de la Torre de Hércules. Pero calculo que eso sería haceros gran descortesía, a vosotros que habéis venido hasta aquí esta noche para arroparme con vuestra presencia. De modo que aguantaré el tipo y procederé como corresponde y os merecéis, es decir me quedaré lo que haga falta para daros las gracias por acompañarme en este acto tan importante para mí. Así que gracias, de verdad, por estar aquí conmigo. Gracias también, de una manera muy especial, a Manuel Arenas, que acoge esta presentación en su Librería, de tanta solvencia y solera, donde tantas veces me perdí entre sus delicatessen en mi época coruñesa. Y por supuesto, las gracias más efusivas para mi editor, Basilio Rodríguez Cañada, quien haciendo honor a su apellido, Cañada, o sea Caña-da, ha sabido sacudirme el polvo literario a fin de poner a circular mis historias por las librerías de España. Las gracias son también para Chema Paz Gago, poeta y catedrático de Literatura Comparada que ha aceptado desde el primer momento, con gusto, el reto de perderse por estas ciudades mías, elevándolas así a la categoría de merecedoras de comparación con otras. Mi agradecimiento también a Arturo Franco Taboada, escritor y arquitecto, y al que por tanto juzgo especialista adecuadísimo en orden a valorar la construcción de mis edificios literarios. Y a Belén do Campo Piñeiro, delegada territorial de la Xunta en esta ciudad, porque me hace un gran honor al acompañarme en esta mesa al haberse atrevido como los demás a perderse por mis cuentos, varios de los cuales suceden aquí en La Coruña, es decir que de alguna forma están bajo su jurisdicción. Y las gracias, desde luego, a Cardigan Bridge, a mi querida Rebeca Ponte, coruñesa como muchos de los presentes y artista internacional que próximamente llevará su acústico a Manhatthan como artista invitada del Festival New York City, y que una vez más se arriesga a perderse por mis ciudades y no llegar a tiempo al avión al hacerme el regalo de su maravillosa música para que pueda compartirla con vosotros como colofón del acto.
Y ahora, a modo de introducción a estas ciudades mías de carne y hueso, aunque algunas medio invisibles también, os contaré, para satisfacer vuestra curiosidad, que corría el año de 1982, enero para más señas, cuando, a bordo del viejo fiat verde de segunda mano que me había vendido un obispo al que habían destinado a Damasco, entraba yo triunfal  en la muy noble y muy leal ciudad de La Coruña.
(Y hago aquí un inciso contuso, como decía el otro, para aclarar que, como el obispo había alcanzado, es de suponer, la ciudad de Damasco en avión, puesto que el coche me lo había quedado yo, no había podido por lo tanto caerse del caballo. En cuanto a mí, tampoco pude caerme del caballo camino de Damasco, aunque viajase en coche, que es el caballo de los tiempos modernos, ya que cabalgaba en él hacia La Coruña, adonde de hecho llegué).
Pues bien, lo primero que hice tras dejar la maleta en la habitación que previamente había reservado en un hotel fue acercarme a la playa de Riazor, besar sus chinitas con unción, y guardar un minuto de silencio por un caballito herido en una pata, un lejano caballo de ajedrez que debería haber volado hasta allí para curarse.
Y hago aquí otro paréntesis sobre la cuestión equina para precisar que aunque pueda advertirse cierta obsesión con estos cuadrúpedos, no hay tal, simplemente fue así  como sucedió.
Y en seguida empezó a pasar el tiempo, que esto es lo que tiene el tiempo, que pasa, y yo me acostumbré a perderme por la ciudad, como invisible, como un diablo cojuelo pero a pie (y algo cojo anduve también en algún momento).
 Una tarde en que me desplazaba tediosamente por la Plaza de María Pita, se me ocurrió, para entretenerme un rato, entrar en el vestíbulo del Ayuntamiento a mirar si me habían incluido en las listas del censo electoral, que estaban expuestas al público. Con gran satisfacción comprobé que sí estaba inscrito, sólo que a continuación de mi nombre, y aquí fruncí el ceño, figuraba la siguiente anotación: “NO SABE LEER NI ESCRIBIR”, en letras mayúsculas además. Desolado, busqué entonces consuelo en  el conserje, que patrullaba por allí, y éste, con gran sentido práctico, me animó diciéndome que mucho mejor así, pues de esta forma jamás me convocarían para formar parte de una mesa electoral.
Os confieso ahora, con la garantía que da la seguridad de los años transcurridos,  que este punto acabó siendo de inflexión en la peripecia de mi aprendizaje literario, ¡cuánta sabiduría, ay, vería yo más tarde encerrada en aquella escueta y  misteriosa línea anónima!, ¿pues sabía yo realmente leer, por ejemplo entre líneas, que es una de las lecturas más importantes de la vida? Y en lo tocante a la escritura, ¿sabía revelar cómo se merecía, sobre el blanco del papel, la imagen de esos personajes cuyas historias me conmovían hasta el desbordamiento incontenible de su comunicación a los demás? Porque si yo escribo es, entre otras cosas, para que las palabras no se las lleve el viento, porque me duele en lo más profundo que cuando se cuenta una historia de viva voz, por muy bien que se haga, el viento traidor acabe por llevársela de un manotazo. Escribo porque, como callado arqueólogo del tiempo, me gusta reconstruir trocito a trocito antiguas vasijas de memoria de sucesos y personajes olvidados. En este libro hay historias que fueron verdaderas, otras que fueron falsas o medio falsas, y algunas completamente disparatadas. Pero ahora ya son todas ciertas, porque cuando una historia cruza el Rubicón de su publicación, deviene siempre verdadera aunque antes fuera falsa. Este es uno de los grandes misterios de la literatura. Aquí, en este libro, volveremos a vivir la historia de Suso el Chapas, a quien seguramente conocisteis muchos de vosotros; podremos encontrarnos de nuevo con Fina en su taberna y escuchar la fantasmal historia del marinero; entrar en el Patacón, otro bar de innumerables recuerdos, y tropezarnos con Darío, personaje eterno; y disfrutar también, como en el túnel de una feria de las tinieblas, de los bastonazos en la puerta del viejo calvo y desdentado de la estrecha de San Andrés; y si viajamos hasta Betanzos, naufragar una vez más en Los Caneiros; y, en Vigo, en su accidentado carnaval. Es posible incluso que más de uno se reconozca de perfil en alguna de estas historias.
De modo que admitir, como os digo, la certeza incuestionable de los muchos conocimientos que me faltaban por adquirir, así como abrir los ojos a la realidad de que siempre habría de estar afilando las armas de mi oficio, actuaría como un inmenso acicate que me llevaría a perseguir y aprehender, con hache intercalada, las ciudades con renovada fuerza y entusiasmo, como si de un permanente y maravilloso viaje a Ítaca se tratara. Especialmente esta de La Coruña, en la que tan inolvidablemente me perdí tantas veces. Como escribió D. Miguel de Unamuno, “¡es un encanto recorrer a la ventura las calles por una ciudad que no se conoce! Perderse y volver al mismo sitio, descubrir que este callejón lleva a aquella plazuela que ya vimos, satisfacer así a poca costa el instinto descubridor de nuevas tierras”. En mi caso, no creo que pueda decir que satisfice el instinto descubridor a poca costa; pero sí me atrevo a afirmar que la aventura valió la pena, y que, en el caso de esta ciudad, cuando 12 años después de mi llegada partí de ella, era fácil constatar que un poco bastante ya sí me había caído del caballo. Gozosamente, porque, como en el poema de Kavafis, mi recompuesto equipaje rebosaba de experiencias y de amistad. Y vosotros sois la prueba.

Deseo de todo corazón que os guste este libro, que apreciéis en él el amor que he puesto en cada una de sus palabras.

Muchas gracias.

Ramón Jiménez Pérez

La Coruña, 30 de septiembre de 2011